jueves, 20 de marzo de 2014

Fracking

¿Qué es el «fracking» o fractura hidráulica?

La fractura hidráulica («fracking» es su término inglés) es una técnica utilizada para liberar los hidrocarburos no convencionales, atrapados en rocas de muy baja permeabilidad, localizadas a gran profundidad: a más de 3.000 metros. La técnica consiste en una extracción horizontal que inyecta agua a presión, mezclada con arena y sustancias químicas, para fracturar la roca y permitir que el hidrocarburo se libere a través de las grietas.

Carta de Albert Einstein ¿Porque el socialismo?

¿Por qué socialismo?

Por Albert Einstein (Traducción: Claudio Iglesias)
¿Es prudente que un no-experto en economía o problemáticas sociales exprese sus puntos de vista sobre el tema del socialismo? Por una serie de razones, creo que sí.
Consideremos primeramente el asunto desde el punto de vista del conocimiento científico. A simple vista, puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre el quehacer del astrónomo y el del economista: en ambos campos, los hombres de ciencia tratan de descubrir leyes de aplicabilidad general para un limitado grupo de fenómenos, con vistas a que la interconexión de estos fenómenos sea tan clara y entendible como resultare posible. Pero ocurre que hay verdaderas diferencias metodológicas a tener en cuenta. En el campo de la economía el descubrimiento de leyes generales se ve dificultado, en primer lugar, por la circunstancia de que los fenómenos económicos observados resultan muchas veces afectados por innumerables factores que es poco probable evaluar por separado. Además, la experiencia acumulada desde el comienzo de la llamada civilización humana ha sido ampliamente influida, como se sabe, por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas. Por ejemplo, la mayor parte de los grandes Estados que recuerda la historia debieron su existencia a actos de conquista, en los cuales los conquistadores se establecían, legal y económicamente, por encima de los conquistados, asegurándose para sí mismos el monopolio sobre la propiedad de la tierra y designando una burocracia sacerdotal de entre sus propias filas. Y luego, mediante el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon una escala de valores por la cual el pueblo quedó a partir de entonces, en gran medida de forma inconciente, dirigido en su comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, por decirlo así, cosa de pasado; lo cierto es que en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamaba "estadío depredatorio" del desarrollo del hombre (1). Los hechos económicos observables hoy pertenecen todavía a ese estadío, e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente trascender y avanzar más allá de la etapa depredadora del desarrollo humano, poca es la claridad que la ciencia económica en su estado actual puede arrojar sobre la sociedad socialista del futuro.
Por otra parte, el socialismo apunta a fines ético-sociales. Y la ciencia de ningún modo es capaz de crear fines, menos aún de inculcárselos al ser humano; en cambio, sí es capaz de ofrecer medios que permitan acceder a esos fines. Pero los fines en sí mismos son concebidos por personas con elevados ideales éticos, y luego (si no son débiles, sino vitales y vigorosos) son adoptados y llevados a la práctica por muchos seres humanos que, de forma inconciente en gran medida, determinan lentamente la evolución de la sociedad.
Por estas razones, debemos poner especial cuidado en no sobreestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos y, asimismo, no asumir que los expertos son los únicos con derecho a pronunciarse sobre cuestiones tocantes a la organización de la sociedad.
Muchas voces vienen afirmando regularmente desde hace cierto tiempo que la sociedad humana está atravesando una crisis y que su equilibrio ha sido gravemente dañado. Es característico de tal situación que los individuos se sientan indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración de lo que quiero decir, permítanme traer a colación una experiencia personal. Recientemente tuve ocasión de discutir con un caballero inteligente y bien dispuesto sobre la eventual amenaza de una nueva guerra mundial que, en mi opinión, pondría seriamente en riesgo la supervivencia de la humanidad, y destaqué que solamente una estructura gubernamental supra-nacional sería capaz de ofrecer protección frente a ese peligro. Mi interlocutor, entonces, de modo muy sosegado y casi desentendido, me respondió: ¿por qué se opone usted tan reciamente a la desaparición de la raza humana?
Estoy seguro de que tan sólo hace un siglo, nadie hubiera dicho algo semejante con tanta liviandad. Es éste el enunciado de un hombre que ha intentado inútilmente llegar a un equilibrio interior y que más o menos ha perdido la esperanza de alcanzarlo. Es la expresión de una soledad desgarradora, la clase de aislamiento que hoy mucha gente padece. ¿Cuál es la causa? ¿Es posible encontrar una salida para este estado?
Es fácil proponer estas preguntas, pero más difícil responderlas con certeza. Voy a intentar hacerlo lo mejor que pueda, de todos modos, aunque soy perfectamente conciente de que nuestros sentimientos y esfuerzos son frecuentemente contradictorios y oscuros, difíciles de articular en fórmulas sencillas y de fácil comprensión.
El hombre es, simultáneamente, un ser privado y un ser social. Como ser privado, trata de proteger su existencia y la de aquellos que lo rodean en su círculo más inmediato, satisfacer sus deseos naturales y desarrollar sus habilidades innatas. Como ser social, busca ganarse el reconocimiento de sus compañeros hombres, compartir sus dichas, consolarlos en sus penas y mejorar sus condiciones de vida. La sola existencia de tales esfuerzos frecuentemente conflictivos atestigua el especial carácter del ser humano, y su combinación en cada caso particular determina el punto en el que un individuo puede lograr un equilibrio interior y contribuir al bienestar de su sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estos dos impulsos esté, esencialmente, fijada en la herencia. Pero la personalidad que finalmente emerge de ese proceso está determinada en gran parte por el ambiente en el cual cada hombre se encuentra en el curso de su desarrollo, i. e. por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los diversos tipos particulares de comportamiento. En relación con el individuo humano, el concepto abstracto de "sociedad" significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentir, esforzarse y trabajar por sí mismo; pero depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, por fuera de ese marco. Es "sociedad" lo que provee al hombre de alimento, vestimenta, un hogar, herramientas de trabajo, lenguaje y formas de pensamiento (así como la mayoría del contenido de su pensamiento); su vida entera sólo es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones de seres humanos en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de esta pequeña palabra, "sociedad".
Por todo esto, es evidente que la dependencia del individuo con respecto a la sociedad es un hecho natural que no puede ser abolido, exactamente como ocurre con las hormigas y las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está rígidamente fijada hasta el más pequeño detalle por instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los hombres son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer nuevas combinaciones y el don de la comunicación oral hicieron posible progresos en el ser humano que no se encuentran dictados por determinaciones biológicas. Tales progresos se manifiestan en las tradiciones, las instituciones y organizaciones; en la literatura; en los logros de la ciencia y la técnica; en las obras de arte. Esto explica cómo, en cierto sentido, el hombre influye en su vida a partir de su propia guía y conducción y cómo en este proceso pueden jugar un papel el pensamiento y la voluntad concientes.
Por vía hereditaria, el hombre adquiere en el nacimiento una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo las necesidades naturales que son características de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que toma de la sociedad mediante la comunicación y a través de muchos otros tipos de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede verse sometida a importantes cambios, y es también la que determina en gran medida la relación entre el individuo y la sociedad. La moderna ciencia antropológica nos ha enseñado, a través de la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de los seres humanos puede variar notoriamente, dependiendo de los patrones culturales y los tipos de organización que predominan en la sociedad. En esto basan sus esperanzas aquéllos que se esfuerzan por mejorar la suerte del hombre: los seres humanos no están biológicamente condenados a aniquilarse o a estar a la merced de un destino de crueldad infligido por ellos mismos.
Si nos preguntamos cómo cambiar la estructura de la sociedad y la actitud cultural del hombre para hacer que la vida humana sea tan satisfactoria como resulte posible, debemos ser extremadamente concientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como ya he apuntado, la naturaleza biológica del hombre, en lo que respecta a la mayoría de los propósitos prácticos, no puede ser alterada. Por otra parte, el desarrollo tecnológico y demográfico de los últimos siglos ha creado condiciones que están aquí para quedarse. Frente a poblaciones muy densificadas que requieren una cantidad de bienes relativamente alta para asegurar la continuidad de su existencia, una división del trabajo extrema y un aparato productivo altamente centralizado son absolutamente necesarios. Ya no existen aquellos tiempos -tan idílicos si miramos para atrás- cuando los individuos o grupos relativamente pequeños podían ser autosuficientes por completo. No se exagera demasiado diciendo que, hoy en día, la humanidad constituye una comunidad planetaria de producción y consumo.
Llegado a este punto de la cuestión, me será posible indicar lo que para mí constituye la esencia de la crisis que atraviesa nuestro tiempo, y que concierne a la relación entre el individuo y la sociedad. Nunca como hoy el individuo fue tan conciente de su dependencia con respecto a la sociedad. Pero no ve una tal dependencia como algo positivo, como un lazo orgánico ni como una fuerza protectora, sino como una amenaza para sus derechos naturales, o incluso para su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus impulsos egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus impulsos sociales, por naturaleza más débiles, progresivamente se van deteriorando. Y todos los seres humanos, con independencia de su posición en la sociedad, sufren por causa de este deterioro. Prisioneros inconcientes de su propio egotismo, se sienten inseguros, solitarios y privados del goce simple y naïve de la vida sin sofisticaciones. Pero el hombre sólo puede encontrarle un significado a la vida, corta y azarosa como es, si se dedica plenamente a la sociedad en la que vive.
La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como la conocemos es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se esfuerzan incesantemente por privarse unos a otros de los frutos de su trabajo colectivo, no por la fuerza, sino en general en devota conformidad con reglas legalmente establecidas. En este sentido, es importante resaltar que los medios de producción (es decir, la capacidad total necesaria para producir bienes de consumo tanto como bienes de capital) puede ser legalmente (y es, en general) propiedad privada de los individuos.
En honor a la simplicidad, en lo que sigue llamaré "trabajadores" a todos aquellos que no toman parte en la propiedad de los medios de producción, aunque el término en general no se use primordialmente en este sentido. El propietario de los medios de producción, el capitalista, es el que está en condiciones de comprar la fuerza de trabajo del trabajador; haciendo uso de los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que pasan a ser propiedad del capitalista. El punto central, en este proceso, es la relación entre lo que el trabajador realmente produce y lo que recibe en concepto de salario, ambas cosas ponderadas en términos de valor real. En la medida en que el contrato de trabajo es "libre", lo que el trabajador recibe no está determinado por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por obtener empleo. Lo importante es resaltar que ni siquiera teóricamente existe una relación entre el salario del trabajador y el valor de su trabajo.
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, y esto se debe parcialmente a la competencia entre los capitalistas y parcialmente al hecho de que el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes en perjuicio de las más pequeñas. De estos procesos resulta la formación de una oligarquía de capitalistas privados cuyo enorme poder no puede ser regulado efectivamente, ni siquiera por una sociedad de organización política democrática. Esto es cierto desde el momento en que los integrantes de las cámaras legislativas de una tal democracia son elegidos mediante el sistema de partidos políticos, organizaciones en gran medida financiadas (o influidas por otros medios) por capitalistas privados que, en lo que hace a todos los propósitos prácticos, apartan al electorado de la instancia legislativa. Como consecuencia de rigor, los representantes del pueblo no protegen (o al menos, no suficientemente) los intereses de las franjas menos privilegiadas de la sociedad. Más aún, bajo las actuales condiciones, los capitalistas tienen la capacidad de controlar directa o indirectamente las fuentes de información (prensa, radio, educación...). Para el ciudadano individual, llegar a conclusiones imparciales o ejercer inteligentemente sus derechos políticos se torna así extremadamente difícil, si no enteramente imposible.
Tenemos aquí los dos elementos que caracterizan la situación primordial de una economía basada en la propiedad privada: primero, los medios de producción (capital) son poseídos de forma privada, y los propietarios disponen de ellos así como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Es obvio que no existe algo así como una sociedad puramente capitalista en este sentido, y sería remarcable que las organizaciones sindicales, a través de luchas largas y duras, han logrado asegurar un standard algo mejor de "contrato de trabajo libre", para ciertos sectores. Aún así, tomada en conjunto, la economía del presente no difiere demasiado de la forma capitalista "pura". La producción social está orientada hacia la rentabilidad, y no hacia el uso. Nada garantiza que todos aquellos que quieran trabajar y tengan la capacidad de hacerlo puedan encontrar empleo; casi siempre existe un "ejército de desocupados", y el trabajador vive continuamente con el miedo de perder su puesto. Por otro lado, en la medida en que los trabajadores desempleados o con un empleo precarizado no proporcionan un mercado rentable, la producción de bienes de consumo se restringe y como consecuencia se produce una generalizada carencia de esos bienes. En estas condiciones, el desarrollo tecnológico tiende a aumentar la tasa de desempleados, en lugar de reducir la carga social general de trabajo para el conjunto de la sociedad. La motivación de la rentabilidad, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es también responsable de una gran inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más frecuentes y severas. La competencia ilimitada lleva, por fin, a un desperdicio enorme de trabajo, y a ese anonadamiento de la conciencia social de los individuos que ya he mencionado.
Este anonadamiento, a mi entender, es el peor lastre del capitalismo. Todo nuestro sistema educativo lo sufre. Se inculca una actitud exageradamente competitiva al estudiante, cuyo único entrenamiento consiste en prepararse para alcanzar el éxito en su futura carrera.
Estoy convencido de que sólo hay un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento definitivo de una economía socialista, acompañada por un sistema educativo orientado hacia objetivos sociales. En una economía tal, los medios de producción serían poseídos por la sociedad y utilizados de forma planificada. Una economía planificada que ajustara la producción a las necesidades de la comunidad distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para hacerlo y le garantizaría los medios de vida a cada hombre, mujer y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad frente a sus compañeros hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que vemos en nuestra sociedad actual.
Aún así, es necesario tener presente que la planificación no es todavía el socialismo. Una economía planificada puede verse como tal acompañada por la completa esclavitud del individuo; en esa medida, la realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo sería posible, de cara a una centralización máxima del poder político y económico, evitar que la burocracia gubernamental pueda llegar a ser todopoderosa y unilateral? ¿Cómo proteger los derechos del individuo? ¿Cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?
                                                                         
                                                                                
 Albert Einstein








                                                 

DR. JUAN MANUEL SANDOVAL PINEDA

domingo, 2 de marzo de 2014

sábado, 1 de marzo de 2014

visitas a museos



museo del telegrafo,

esta muy padre la verdad, solo que como todos los museos es solo ver y leer, a excepción
de una sala interactiva, lo malo es que solo un experimento esta funcionando. que mal plan.
de verdad hay cosas que desconocía acerca de la reforma en nuestro país.
donde el telégrafo que perfeccionaron y Juan de la Granja introdujo el telégrafo y con el tiempo, personajes como Francisco Villa, Porfirio Diaz, entre otros lo utilizaron con fines revolucionarios, donde mandaban telegramas informando a las distintas ciudades de nuestro pais, lo que villa estaba haciendo, en contra del gobierno,  la verdad este  medio de comunicación fue de gran utilidad en la historia de nuestro país.